La triada de Micerino
Considerado uno de los más notables conjuntos escultóricos de la Dinastía IV (2639 a 2504 a.C.) y del período menfita, la tríada de Micerino sorprende por su refinamiento y detalle que conforman las fracciones de los rostros.
Del Templo del Valle de Micerino en Giza se han recuperado algunas tríadas en pizarra de gran calidad y muy interesantes por su iconografía. Se piensa que en el interior de este templo se iban a colocar cuarenta y dos grupos escultórico del faraón acompañado de una personificación de la divinidad del nomo (distrito o provincia de Egipto) de Cinópolis, y de la diosa Hathor, con cuernos y el disco solar sobre su cabeza. El nombre Hathor significa “La Casa de Horus”, por ser madre y a veces esposa de este dios; como tal, la reina de Egipto se identificaba con Hathor.
Madre divina que renueva todo lo existente; según el mito, apareció al mismo tiempo que Ra y tomó asiento junto a él en la barca solar. Según otra versión, Hathor, como personificación del cielo, era la vaca que con sus patas sostenía el cielo, mientras que Horus, su hijo, en forma de halcón, se introducía por su boca cada noche para renacer por la mañana; más tarde, Isis asumiría el papel de madre de Horus.
Al parecer, este proyecto escultórico no llegó a concluirse y sólo se han conservado cuatro de ellos. En la tríada, el faraón aparece en el centro, entre la divinidad y la correspondiente personificación del nomo. Las figuras parecen emergen del bloque de piedra que sirve de fondo, casi como si fuera un alto relieve, aunque en realidad se trata de escultura de bulto redondo. El escultor se vale del fondo pétreo para disponer, por encima de las cabezas, inscripciones que identificas las figuras y que parecen formar parte de los tocados.
Las figuras femeninas apoyan las manos sobre los hombros del soberano, otorgándole de esta forma su protección. La figura del faraón avanza respecto a las figuras femeninas, indicando que inicia el camino de la vida eterna, gesto que se convierte en una convención del arte egipcio que pasa la figura a un primer plano.
Las figuras están muy bien proporcionadas, mostrando gran armonía entre sus partes. Es sencillo identificar las características propias de la escultura egipcia, como el hieratismo, es decir, la rigidez con la que aparecen los personajes y por representar recta la línea de los hombros y de las caderas; la ley de frontalidad, que representa el conjunto para ser contemplado, preferentemente, de frente; y los atributos iconográficos, muy claros en la indumentaria de gran sencillez; el faraón sólo está tocado con la corona Blanca real, barba postiza y un faldellín o falda egipcia real. Las otras dos figuras visten una ajustada túnica casi transparente.
Recordemos que la escultura egipcia se realizaba en diversos materiales de diferentes durezas y texturas, con acabados pulidos y generalmente coloreados, pero en este caso es de pizarra.
Esta pieza se puede ver en el Museo de El Cairo.